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No es el plano, es el pulso

Te preguntarás: “¿A qué te refieres con eso de exposición, Drea?” Bueno, sentémonos, que esto da para una buena charla de barra.


Hoy vamos a hablar de la exposición, pero no de cómo nos ven desde fuera (eso lo dejaremos para otra ocasión). Hoy quiero centrarme en otro tipo de exposición, más íntima: la que ocurre hacia adentro.


El pole dance es un deporte muy completo, pero también un espejo brutal: inseguridades, frustraciones, logros que tardan más de lo esperado y comparaciones inevitables. Y si a eso le sumamos que es un deporte muy visual y “posteable”, la línea entre disfrutar del proceso y obsesionarse con la imagen que proyectamos puede volverse finísima.

Sin ir más lejos, yo, experta mundial en obsesionarme con todo: el set, qué figura hago, la música, el color de los tacones, el tipo de plano… hasta tener un mini colapso existencial y repetir el combo 33 veces hasta que “por fin se ve decente”. Y en ese bucle, se me olvida lo más importante: por qué empecé.


Y ese es el punto. Volver al origen. Recordar que empecé porque me hacía sentir fuerte, libre, sensual, viva. Porque me retaba y me conectaba conmigo misma. No para subir el vídeo perfecto, sino para subirme a la barra y sostenerme ahí, con todo lo que soy.

Últimamente he conocido a más gente que practica pole y no sube nada. Personas que jamás imaginarías que hacen pole, pero lo viven en silencio, como quien va los jueves a jugar al ajedrez o a cerámica. Lo hacen por salud, disciplina, conexión… sin focos, sin filtros.


Eso es lo bonito: somos muchísimos practicando pole, cada uno a su manera. Cada quien con su historia. Así que este blog es un recordatorio para ti, para mí, para nosotrxs: está bien querer compartir, mejorar, brillar. Pero no olvides lo más importante: lo haces por ti.

Y eso, créeme, no necesita filtros.


Con cariño, Drea.




 
 
 

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