El lenguaje del instinto
- Maria Santos Marco
- hace 7 días
- 1 Min. de lectura
Figuras, nombres, agarres…
Es como aprender un idioma nuevo: memorizas palabras, frases básicas, reglas gramaticales. Lo haces con cuidado, intentando no equivocarte, concentrándote en cada detalle que podría hacerte caer (literalmente).
Un día, algo hace click. Ese idioma deja de ser ajeno. Ya no repites fórmulas de memoria: empiezas a escribir frases propias. A componer con intención.
Ahí comienza otro tipo de reto, uno más complejo me atrevería a decir. Conectar con la música, sentir el pulso de lo que haces, dejar que el cuerpo, ya entrenado, tome decisiones sin pedir permiso. Y eso, amiga… amigo… se llama improvisar.
Puede parecer un terreno confuso, incluso incómodo. Pero si te quedas el tiempo suficiente, descubres que no es desorden, ni caos.
Es confiar. Es permitirte fallar sin miedo. Es el espacio donde la técnica se suelta la melena y baila por placer. O, si hace falta, escarba hacia dentro y saca a la superficie lo que no supimos decir de otra forma. Una manera de gritar sin hacer ruido. De liberar lo que pesa.
Es el lugar donde el movimiento no tiene por qué ser perfecto, sino honesto. Donde, por fin, asoma eso tan difícil de encontrar en este camino: tu esencia.
Y eso… te hace brillar desde un lugar muy tuyo.
Así que te animo, con toda mi ilusión, a lanzarte de cabeza. A probar, a explorar, a dejar que la música te lleve antes que el miedo te frene.
Ya que la improvisación es, quizás, la forma más poderosa de volver a ti.
Con cariño, Drea.

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